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10 de enero de 2014

CRISIS Y REVOLUCIÓN


Corrupción, estafas, indultos, retrocesos, recortes, repagos...

Con toda la que está cayendo en el país, uno se pregunta por qué no estamos inmersos en una ola de protestas diarias masivas, en una especie de estado revolucionario, entendiendo éste como uno en el que se dan las condiciones necesarias para provocar una revolución contra el poder establecido.

En este artículo voy a intentar analizar las causas que hay detrás de esa ausencia de un conflicto mayor.


Algo de contexto... Vivimos una época en la que la política está total y absolutamente desprestigiada, particularmente desde la explosión de la situación económica que aún padecemos. Esta crisis de manual, viene a confirmar una vez más la realidad de las crisis cíclicas del capitalismo, que ya predijera Marx hace más de un siglo para el capitalismo de la época, pero que siguen siendo válidas para esta suerte de capitalismo financiero dominante en occidente. 

Pero además de penurias económicas, la crisis ha traído consigo una deslegitimización de la clase dirigente y un cuestionamiento del modelo político. Los gobernantes no han sabido, podido o querido mostrarse como gestores competentes de la situación, y la percepción general es que prefieren apoyar a los grandes capitales antes que al pequeño ciudadano. Como muestra, un botón: mientras los bancos han perdonado deudas considerables a inmobiliarias con problemas, al ciudadano de a pie se le ha echado de casa. Más allá de debates ideológicos al respecto, a nadie se le escapa que este hecho puede provocar en la ciudadanía la impresión de que no se gobierna para ellos, sino para 'otros'. Y todo ello, cómo no, salpicado de innumerables casos de corrupción que en muchos casos, o bien se van de rositas, o el contencioso judicial se extiende durante tanto tiempo que el efecto a ojos de los ciudadanos no es otro que el de la impunidad de las élites económicas y políticas.

La consecuencia directa de estas actitudes es la desconfianza generalizada con respecto a las soluciones que se puedan plantear desde la propia política, siendo este un aspecto que puede marcar el futuro de la sociedad.

Situación revolucionaria
En estas circunstancias, ¿hay condiciones suficientes para que estalle una revolución? 

Por un lado, vemos que la crisis ha provocado fisuras en el sistema por las que se filtra la indignación popular. El colectivo anti-desahucios de la PAH podría ser una muestra.

Además, resulta evidente que la gran mayoría de la población ha perdido calidad de vida. Esto ha provocado un aumento de la indignación en la mal llamada "clase media", que ha visto cómo ya no puede 'vivir como antes'. Con alrededor de seis millones de parados, hay familias que están llegando a cotas de pobreza que jamás pasaron por su cabeza.

Todo esto cristaliza en una intensificación considerable de las protestas, de las que forman parte incluso sectores de la población habitualmente tranquilos y alejados de la acción reivindicativa.

Así pues, desde un prisma leninista, podría decirse que existen condiciones o indicios de un situación revolucionaria. Pero como ya advirtiera el propio Lenin, una situación revolucionaria no implica la llegada de una revolución. La historia está ahí para demostrarlo, como pudo verse por ejemplo en la Alemania de finales del siglo XIX. ¿Qué hace falta para pasar de un estado revolucionario a la revolución? 

El escritor y revolucionario ruso Pyotr Tkachov, a finales del siglo XIX, ya advirtió que si bien el pueblo es indispensable para hacer la revolución, por sí sólo no es capaz de hacerla. Esta tesis, desarrollada posteriormente en el marxismo-leninismo, advierte que se necesita de una vanguardia revolucionaria, un grupo de revolucionarios 'profesionales' dedicados en cuerpo y alma a la tarea de concienciar y acometer acciones que faciliten la llegada de la revolución. 




Y además, toda situación revolucionaria requiere un proyecto político y una dirección revolucionaria. Una visión general de la solución a los problemas. Un proyecto en el que canalizar las quejas en propuestas, las utopías en medidas concretas.

Siguiendo con el ejemplo de la revolución rusa, los bolcheviques tenían su famoso 'todo el poder para los soviets' (de alguna forma, análogo a nuestro 'democracia real ya'), y un partido político detrás que no sólo proclamaba ese lema a los cuatro vientos, sino que proponía toda una batería de medidas concretas que calaron en la población, y en otros grupos sociales (como el ala izquierda del partido social-revolucionario, formado principalmente por el campesinado). Consenso. No olvidemos que la revolución de octubre no fue en absoluto sangrienta, ya que la población en masa apoyó el movimiento bolchevique (se habla de no más de cinco muertos en la insurrección http://es.wikipedia.org/wiki/Revoluci%C3%B3n_rusa#Octubre_de_1917). 

Pues bien, en España ese proyecto no existe. ¿Qué tenemos aquí? Una amalgama de grupos separados reclamando cosas que en muchas ocasiones, apenas se diferencian. Pero sin una dirección común, sin una organización clara. ¿Y quién debería organizarla? 

Es aquí donde surge el GRAN problema, y en mi opinión, uno de los grandes motivos de que todo 'siga igual': dada a la total y absoluta desconfianza de la población hacia la casta política, es muy difícil que la gente apueste por una formación política (y esto no se limita a partidos políticos). La gente no se fía. Y sin eso, es difícil canalizar la rabia de la población en algo coherente, algo útil, y algo concreto.
Viñeta de J R Mora


Sumémosle a ello unos medios de comunicación totalmente integrados en la filosofía del bipartidismo, como si la solución a la crisis política-social-económica pudiera venir del mismo régimen que nos ha llevado a ella, una justicia titubeante y cómplice (siendo suaves) y un modo de vida basado en 'tener más que el vecino'. La solución por tanto, no parece factible con un partido político tradicional.

¿Existen soluciónes?
Suelen decir que todo tiene solución menos la muerte, por lo que soluciones, como las meigas, haberlas haylas. Pero no creo que estas descansen sobre unas siglas concretas, ni un movimiento social determinado. En mi opinión, no hay otro camino que el de estrechar lazos entre los distintos movimientos sociales. Pero eso ya es tema para una próxima entrada.

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